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martes, 23 de febrero de 2010

La desaparición del cosmonauta Valentín Bondarenko.



Corrían los años cincuenta, y la Unión Soviética comenzaba una nueva era: “la exploración espacial”. En 1957 ponían por primera vez un artefacto hecho por el hombre, en la órbita de la Tierra. Y un mes después, era un ser vivo el que salía de la atmósfera terrestre. El objetivo inmediato ahora, sería lanzar a un hombre al espacio.

En la Unión Soviética, todo lo relacionado con la exploración del espacio estaba a cargo del estamento militar, por lo que se pediría entre las tropas, voluntarios para una misión completamente desconocida. El “espacio” era un entorno tan hostil, que las naves se construirían completamente automatizadas, de tal forma que serían en todo momento controladas desde tierra. El cosmonauta, era un mero conejillo de indias que intentaría sobrevivir en un ambiente de ingravidez, radiaciones cósmicas y aceleraciones brutales. Por tal motivo, la selección humana se haría buscando auténticos superhombres, que fueran capaces de soportar todo tipo de situaciones. De los más de tres mil candidatos, únicamente una veintena llegaron a...
engrosar el cuerpo de cosmonautas, todo ello siempre bajo un secretismo total. Solamente en el caso de esposas y pocas madres, conocían el destino de estos jóvenes.



El hermetismo soviético traería consigo la creación de numerosas leyendas de astronautas que se perdían por el espacio sin poder regresar. Con nombres perfectamente identificables para dar mas veracidad a las historias: Shiborin, Mitkov, Pyotr Dolgov, Belokonev y otros muchos, se harían popularmente famosos, a pesar de no haber existido nunca. Ya en los años noventa, con la “glasnot” y la posterior desaparición de la U.R.S.S., historiadores de la talla de: Asif A. Siddiqi, James Oberg, Robert Zimmerman, etc., entrevistaron a gran cantidad de cosmonautas, directores de vuelo, técnicos, entrenadores, etc. sin obtener ningún resultado positivo sobre la existencia de estos hombres. Solamente un caso de desaparición sería constatado por todos ellos, este era el caso de Valentín Bondarenko(en la foto). Esta historia conoció la luz cuando en 1991, “Golovanov”, un periodista del diario Izvestiya y excosmonauta, lo publicaba treinta años después de acaecer tan terrible suceso.

Bondarenko era uno de los veinte cosmonautas seleccionados para alcanzar la gloria. Las pruebas y entrenamientos que estos hombres deberían de soportar eran de extrema dureza. La última de ellas, consistía en el aislamiento durante quince días, en una cámara presurizada con un índice de concentración de oxígeno del cincuenta por ciento.



Esta prueba estaba diseñada para descartar a aquellos que no estuvieran capacitados para soportar el largo confinamiento de un viaje espacial. Poco tiempo faltaba ya para el lanzamiento del primer hombre al espacio, y Bondarenko era uno de los principales candidatos cuando entró en la cámara. A los diez días de internamiento, fue sometido a una prueba de monitorización médica a través de electrodos sujetos a la piel. Una vez terminada se quitó las ventosas, limpiando los residuos con algodones humedecidos en alcohol. Sin querer, uno de ellos fue a caer sobre un plato caliente diseñado para calentar su comida. Como la atmósfera era rica en oxígeno, saltó una chispa que provocó un incendio dentro de la cámara. Presa del pánico, Bondarenko golpeaba sus ropas tratando de apagarlo, sin conseguir otra cosa que avivarlo aún más. Debido a la baja presión en el interior, se tardarían varios minutos (según cuenta Golovanov) en abrirla. Sin embargo, el doctor Vladimir Golyakhovsky, que atendería al cosmonauta declararía que el tiempo que este permaneció en la cámara fue de media hora. Bondarenko, sería trasladado a un hospital cercano, donde llegó con vida, y balbuceando no cesaba de repetir: “Ha sido culpa mía, ha sido culpa mía”. El doctor Golyakhovsky diría a la televisión: “Le retiré la manta con mucho cuidado, entonces vi un cuerpo completamente calcinado, de un modo que nunca había visto antes, y nunca vi después. No tenía piel, no tenía pelo, ni siquiera tenía ojos. Sabíamos que era mejor mantener las bocas cerradas y no decir nada sobre semejante secreto de estado.” La única parte del cuerpo que quedó intacta fueron las plantas de los pies que habían sido protegidas por la botas. Con gran esfuerzo por parte de los médicos, allí consiguieron localizarle un vaso sanguíneo para administrarle calmantes por vía intravenosa. Era todo lo que los médicos podían hacer por él, aliviarle el sufrimiento en lo posible, pues era evidente que en su estado no podría sobrevivir. Según Golyakhovsky, Bondarenko moriría dieciséis horas después. En el hospital no se dieron detalles del accidente, y sería registrado con el nombre de “Sergeyev”.



La imagen mundial que al régimen soviético, sumido en plena Guerra Fría, pudiera ocasionar este accidente, hizo que fuera acallado bajo pena de prisión en los temidos campos de trabajos forzosos siberianos. Todos los archivos, fotografías, cualquier documento que indicara que algún día Valentín Bondarenko había pertenecido al prestigioso cuerpo de cosmonautas soviéticos, sería destruido. No quedaría ningún rastro de su paso por el centro de entrenamiento de cosmonautas. Ya a finales de los años noventa, su hijo se lamentaría ante la prensa estadounidense del trato ofrecido a su padre por el ejercito soviético; mientras otros cosmonautas eran enterrados con honores en la Plaza Roja, y sus viudas recibían una generosa pensión, a la viuda e hijo de Bondarenko no les quedaría ni el orgullo de poder decir que su esposo y padre, algún día había engrosado la lista de los candidatos a entrar en la historia de la astronáutica soviética. Solo su recuerdo quedó en la mente de sus compañeros, que divulgaron su sacrificio después de la caída del régimen soviético.

Valentín Bondarenko, falleció el 23 de Marzo de 1961 a la edad de 24 años, siendo teniente del ejercito del aire de la Unión Soviética. Fue enterrado en Jarkov (Ucrania), donde había crecido y donde aún vivían sus padres. Dejó una joven esposa (Anya), y un hijo de cinco años (Aleksandr), que llegaría a ser oficial del ejército. En aquellos momentos, Anya trabajaba en el centro de entrenamientos de cosmonautas, trabajo que dejó poco después de la muerte de su marido por razones que se desconocen.

Posteriormente, una serie de cosmonautas serían también borrados de todos los registros militares, debido a expulsiones causadas por indisciplinas, mal comportamiento, o simplemente enfermedades que les hacían incompatibles para su misión. Con la glasnot, todos estos casos hallarían la luz, y hoy en día casi podemos decir sin miedo a equivocarnos, que conocemos el noventa y nueve por ciento de todo lo acaecido en aquellos tiempos en la Unión Soviética. Constatándose así, solamente un caso de desaparición por fallecimiento en la exitosa exploración espacial de la U.R.S.S.

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